Dice la sabiduría popular que el sufrimiento es más común que el polvo. Si miramos a nuestra sociedad actual, seguramente encontremos hechos que nos hagan estar de acuerdo con la frase. Miremos a algunos datos. La depresión actualmente afecta a más de 300 millones de personas en el mundo, es la principal causa mundial de discapacidad. El suicidio por otro lado supone la muerte de 800.000 personas anualmente y es la segunda causa de muerte en el grupo etario entre 15 y 29 años.
Hemos sufrido un aumento alarmante, del 70% en la última década, en la tasa de suicidio entre jóvenes y esta también es una tendencia mundial, donde países como Estados Unidos presentan un aumento del 25 % en la tasa de suicido entre 1999 y 2015, según el centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, en inglés).
La depresión y el suicidio son más que un problema de salud mental. Cuando explicamos estos eventos basándonos en la salud o falta de salud mental, es muy fácil que caigamos en teorías biologicistas, aludiendo a que la causa de la depresión sería un desequilibrio entre diferentes niveles de
neurotransmisores. ¿Cómo se produce el desequilibrio?… A eso no nos dan respuesta.
Desde las terapias de corte contextual, entendemos que lo depresógeno son las situaciones que vive la persona. Es decir, la depresión no estaría dentro de la persona, localizada en alguna glándula que misteriosamente oscila en salud, sino que sería la consecuencia de la situación de vida, que se habría
vuelto desagradable.
Una vida desagradable no tiene que ver sólo con bajos niveles de elementos placenteros, reforzadores, sino también con cómo respondemos las personas ante las dificultades que se nos presentan. Una de las respuestas que paradójicamente acaba por empobrecer nuestra vida es justo la de evitar, huir de aquellas situaciones que nos generan sensaciones, pensamientos difíciles. Se nos ha presentado la idea de la felicidad como algo alcanzable a través de evitar el malestar a toda costa, como si tuviésemos un jardín y nos tocaría eliminar cada mala hierba que se presenta, pero, ¿cómo cuidamos de las plantas que nos importan, si estamos
usando todo nuestro tiempo en eliminar las hierbas que no queremos?
Preguntemos a nuestros abuelos, cuántas veces seguían adelante, aún sintiendo tanto y tan mal… Una vida significativa requiere de nuestra apertura a sentirnos mal cuando hacemos aquello que nos importa. De lo contrario la exigencia a sentirnos permanentemente bien nos lleva, paradójicamente, a una vida desértica. Porque el que nunca siente tristeza, miedo o rabia… es aquel que está muerto.
Acerina Ramos Amador es psicóloga habilitada sanitaria. Actualmente es coordinadora del Título de Experto Universitario en Terapias Contextuales de la Universidad de La Laguna. Docente en el Colegio Oficial de Psicología de Tenerife, es también especialista en el tratamiento de la conducta suicida, el trastorno límite de la personalidad y la depresión severa con la terapia dialéctica conductual (DBT).